El secreto que solo el mar conoce ~ Alpispa


Tras dos horas pareciendo un espectro, deambulando de un lado a otro sin rumbo fijo, decido que ya es hora de centrarse. No puedo dejar que la pena me consuma. Hoy es uno de esos días donde la melancolía hace acto de presencia, no dejando olvidar a este perro viejo esa historia que vivió años atrás. Miro hacia la derecha y mis ojos se encuentran con los de un loro de plumas rojas. Lo gané en una puesta en la taberna que se encuentra a dos manzanas de aquí, regentada por Ben, un hombre huraño y frío, pero tal vez el único amigo que me queda. Si no contamos al ron, claro. Durante estos cuatro años me he encerrado cada vez más en mí mismo, impregnándome de la amargura que recorre mis venas desde esa mañana en la que todo terminó.
- ¡Ay, Urri!-exclamo, llamando la atención de mi loro.- ¡Si tú supieras lo que este pirata retirado ha tenido que pasar a lo largo de su vida!
                Ya estoy cansado de vivir en esta agonía, de no superar el pasado, de no poder mirar atrás sin que un dolor invada mi pecho. Lo sé, suena dramático, ¿verdad? Sin embargo, ¿se puede esperar otra cosa de un pirata que llegó a lo más alto, para luego perderlo todo?
                Urri me mira, como si entendiera esa lucha que se desata en mi interior. Entonces se me ocurre una idea. Tal vez, el secreto para hacer las paces con mis recuerdos sea contarlos. Dejarlos salir a raudales, compartir ese peso que cargo sobre mis hombros. El problema es que no tengo a nadie con quien compartirlo. Urri pía, queriendo que lo tenga en cuenta. Así que eso es justo lo que hago. Le hago un gesto para que se pose en mi hombro y salgo de mi pequeña casa, pensando solo en llegar a la playa más cercana. Me siento en la arena y observo las olas, como rompen, con fiereza y elegancia, una combinación que parece formar la más hermosa melodía.
-Urri, voy a contarte una historia que marcó el rumbo de mi vida-digo, mientras acaricio su esponjosa cabecita. Él aguarda a que continúe. Así, con la música de las olas como banda sonora, comienzo a contar mis días de dicha, que terminaron en el peor de mis males…

-Capitán Barrow, ¡tierra a la vista! -gritó Jeff, uno de los grumetes de mi tripulación. Doce hombres en total navegábamos a bordo de ese barco, La Esperanza, una belleza de madera enorme, codiciada por muchos piratas, con el que nos habíamos transportado a varios pueblos que saqueamos con la ilusión de niños. Estaba siendo un buen año, no habíamos tenido que hacer frente a ninguna tormenta, teníamos éxito allá donde íbamos y disponíamos de un botín cada vez mayor, lleno de oro, armas y ron, mucho ron. Vivíamos bien, felices, parecía que la suerte nos sonreía y las noticias sobre mis victorias volaban como la pólvora.  Algo me decía que este destino sería determinante, que encontraríamos en él aquello que buscábamos, que seríamos los piratas más reconocidos, buscados y temidos de todo el océano.
-Atendedme todos, callaos muchachos-apremié alzando la voz. -Un nuevo territorio se presenta ante nuestros ojos. Dediquémonos hoy a investigar, hurtar alguna que otra bolsa de oro y visitar las mejores tabernas.
-Si es que hay alguna en esta islucha. No entiendo qué demonios hacemos aquí-me interrumpió Marlon, el pirata más aguafiestas con el que me he encontrado en mucho tiempo.
- ¿Decías algo, Marlon? ¿Quieres compartir con nosotros tus murmullos? ¿O quizás tus quejas se deban a que tienes más miedo que vergüenza? -le reproché a la vez que lo miraba duramente.
Abrió los ojos, sorprendido. Había creído que no lo había oído. Pobre iluso.
-Retiro mis palabras, mi capitán, no se repetirá-prometió, mirando al suelo, avergonzado.
-Más te vale, no vaya a ser que te quedes por accidente en esta islucha, como la has llamado. Al resto, lo dicho, ¡a disfrutar!
                Bajé del barco, con la ambición reflejada en mis ojos. Altas palmeras nos rodeaban, la arena se colaba en nuestras botas y el cielo azul nos recibía, dándonos la bienvenida. Dimos unos cuantos pasos y divisamos campesinos de tez morena, miradas que derrochaban desconfianza. Empezábamos bien, debíamos hacernos respetar. Pasamos delante de una puerta, sobre la colgaba un cartel que rezaba “La perla”. Todos nos paramos, sintiendo la tentación de entrar. Al momento, salió una mujer de unos cuarenta años a recibirnos:
- ¡Bienvenidos a la isla Coral! Forasteros, debéis de haber hecho un largo viaje, ¿no les gustaría calmar la sed con alguna bebida? - dijo, picándonos el ojo.
En un parpadeo, estábamos todos dentro, sentados en unos bancos de madera que crujían. Todo eran risas y fiestas, el ánimo estaba más elevado que nunca y Jeff ya había conseguido algunas piedras preciosas. ¡A saber a quién se las habría birlado! Di un trago a la jarra que tenía delante, alcé los ojos y entonces la vi.
                Una mujer, de piel del color de la porcelana, buenas curvas y cabello negro como el carbón estaba al lado de la puerta. Lo que más me llamó fue su mirada, de un azul profundo con tintes verdosos. Esa joven tenía en sus ojos el mar mismo. Nada más verla, supe que tenía que ser mía. En esos años, estaba muy malacostumbrado, lo reconozco. Todo lo que ansiaba lo obtenía, así que desde que vi a una mujer tan bella, no pude hacer menos que desearla. Había estado con varias mujeres, pero ninguna brillaba tanto como esta. Tenía algo especial, que la hacía diferente. Algo que me hizo levantarme y dirigirme hacia ella.
- ¿Qué hace una moza como vos en una isla perdida como esta? -pregunté, sin vacilaciones.
-Supongo que lo mismo que un pirata como vos, ávido de oro, el cual dudo que encuentre en una isla como tal-respondió con soltura, a la vez que una sonrisa asomaba por sus labios. ¡Y qué sonrisa! Esa mujer podría volver loco al más cuerdo de los hombres.
-Tal vez no sea oro el tesoro que busco- sonreí con descaro. Hice una pausa, para luego hacer una reverencia mientras decía – Capitán Barrow, a su servicio.
                Cuando escuchó mis palabras, mostró sorpresa, expresando verdadero horror. Me preocupé, posiblemente mi reputación de rufián la había asustado. No podía permitir que se alejara, necesitaba conocerla. Necesitaba saber su nombre.
-He de irme, tengo labores esperándome-musitó, poniendo pies en polvorosa.
- ¡Esperad! ¡Antes decidme como os llamáis! -grité, tratando de alcanzarla.
                Salí a toda prisa por la puerta de la taberna, pero ya se había ido. Además de bella, estaba en plena forma, sí señor. No obstante, no me rendiría. Decidí que recorrería toda la isla hasta dar con ella. Podía huir, pero en un terreno tan pequeño, no podría esconderse eternamente. Volví a entrar en el establecimiento, esta vez con este nuevo desafío en mente.
                Al día siguiente, exploré la isla, tal y como había planeado. Descubrí una herrería muy interesante, con espadas de buena calidad, por lo que a mis hombres y a mí nos emocionó la idea de “visitarla” al anochecer. Al mediodía, ya habíamos recorrido mitad de Coral, pero ni rastro de la mujer del mar en los ojos. No dejaría que el desánimo se apoderara de mí, vería a esa mujer como fuera, no descansaría hasta que así fuera. Comimos un buen pescado, que se notaba que era la especialidad de aquel lugar, y continuamos. Obviamente, mi tripulación no tenía ni idea de que lo que buscaba era una mujer, la excusa que les di era la de hacer una vista general para ver qué podíamos sacar de provecho de él. Lo cual, no era mentira, al menos no del todo.
                Horas más tarde y con un fuerte dolor de pies, dejé caer los hombros, el intento había sido fallido. Nada encontré de aquella dama. Quizás se habría largado de aquella isla tan pequeña, cansada del mismo paisaje que seguro que conocía como la palma de su mano, o puede que el detonante fuera el conocer mi identidad. Dándole vueltas a estos pensamientos, llegué a la playa. Giré la cabeza y una sensación de euforia me envolvió. Allí, sobre una roca, se encontraba ella. Me acerqué sigilosamente, pues no quería que huyera despavorida de nuevo.
-Capitán Barrow, qué gran honor gozar de vuestra compañía de nuevo-saludó, mostrando sus blancos dientes.
Vaya, mejor reacción de la que esperaba. Contemplé detenidamente que paso dar a continuación.
-No esperaba hallarla aquí, señorita…
-Blanchard. Crystal Blanchard-dijo, mirándome a los ojos.
Por fin me había revelado su nombre. Por algo se empieza.
-Me atrevo a preguntarle, esperando no incomodarla, ¿por qué anoche salió con tanta prisa, sin despedirse siquiera? ¿Fue por algún dato de nuestra conversación?
                Meditó unos minutos la respuesta, barajando la posibilidad de mentirme.
-Reconozco que sí. Debe saber ya que sus hazañas son conocidas en todas las partes del mundo, capitán. Es normal que una joven como yo se sintiera intimidad al tener a casi una celebridad delante de mis ojos-dijo, terminando con un tono que no supe descifrar.
-No sabía que mi nombre impusiera tanto. Os ruego que no me temáis con motivo de las habladurías de la gente. A propósito, si ya habíais oído hablar de mí, he de preguntaros algo. ¿Me imaginabais tal como soy? ¿U os habéis llevado una decepción? -pregunté, con tono coqueto.
-Eso son dos preguntas, capitán-volvió a sonreír, poniéndose de pie lentamente. –Tal vez lo que diga alimente vuestra vanidad. He de mencionar que sois más apuesto de lo que imaginaba-su voz sonó melódica, suave, pero llena de emoción.
                Me gustó la respuesta. ¡Cómo no iba a gustarme! Semejante mujer, diciéndole algo así a un pirata como yo. Admiré su esbelta figura, su vestido azul; sus curvas, que se apretaban contra el vestido. Qué ganas tenía de saber cómo sería sin aquellas telas… Pero tenía que ir despacio. Ella no era como las demás. Merecía más respeto. Merecía… Demonios, ¡merecía viajar a bordo de mi barco! Conocer nuevas tierras, tenía que llevarla conmigo. Me sentí mal, al percatarme que solo contaba con unos pocos días para convencerla, ya que casi nunca pasábamos más de cinco días en el mismo destino, y menos tratándose de una isla como esa.
-Me alagáis, mi señora-miré al cielo, la luna llena iluminaba la noche, reflejándose en el mar.
Eso me hizo recordar que tenía que ir con mis hombres a la herrería, lo había prometido, así que no me anduve por las ramas:
-Señorita Blanchard, he disfrutado de los pocos minutos que hemos compartido, sin embargo, otros compromisos me requieren-crucé los dedos, deseando que no me preguntara de qué compromisos se trataba. -No obstante, ya deseo volver a verla, déjeme proponerle que me acompañe mañana en mi recorrido por la isla.
-Ahora es usted el que logra ruborizarme, capitán. Asistiré al encuentro, me haría muy dichosa disfrutar de más momentos con vos.
                No esperaba que fuera a ser tan franca. Una mujer que no se anda con rodeos, otro punto positivo que añadir.
-Hasta mañana, pues-dije, ilusionado, besando su mano.
                Cuando quería era todo un caballero. Corrí como alma que lleva el diablo hasta la herrería, la cual asalté junto a mis hombres, llevándonos un preciado botín. Para celebrarlo, brindamos con unas botellas de ron que nos supieron a gloria. Me acosté, cansado pero feliz, pensando en lo que sucedería al día siguiente.
                Supuse que la señorita Blanchard estaría esperándome en la playa. No me equivoqué, allí estaba, iluminada por los rayos del sol, con un vestido verde esmeralda que le quedaba como un guante. No sé qué me ocurría con ella, pero nada más mirarla, me cortaba el aliento.
-Buenos días, capitán Barrow-saludó, girándose hacia mí. - ¿No os parece que hace un día espléndido?
-Espléndida estáis vos esta mañana, mi señora. Ya que pasaremos todo el día juntos, me gustaría que me tutearais, tal vez al finalizar el día incluso seamos buenos amigos.
-Perfecto, capitán. Ya que os veo, perdón, te veo con ganas de intimar, sería fantástico que me dierais a conocer vuestro nombre de pila. ¿O es que os avergonzáis del mismo? -preguntó, con expresión divertida en el rostro.
-Para nada. Mi nombre me gusta tanto como yo mismo, que ya es decir. Mi nombre de Adam.
-Adam-dijo lentamente, saboreando cada letra. Me gustó como sonaba en su boca. -No está mal, esperaba algo… diferente.
-Pues tendrás que conformarte con ese, preciosa. Si es de tu gusto, podemos emprender ya nuestra marcha- propuse, ofreciéndole mi brazo para que se enganchara a él.
-Nada me gustaría más-dijo, entrelazando su brazo con el mío.
                No voy a contar todas las conversaciones que tuvimos durante ese día. Solo os diré que, al anochecer, la señorita Blanchard, a la que ya llamaba Crystal, me tenía más fascinado, si cabe. Nos hizo de guía, a mi tripulación y a mí, por lugares que se nos habían escapado el día anterior. Nos presentó a gente, nos llevó a comer a un lugar en el que nos atiborramos de buena comida, a buen precio (sí, pagamos todo, a veces hay que guardar las formas) y cada vez brillaba más ilusión en su mirada. Me contó que había llegado a la isla muy pequeña, cuando hubo de tomar un barco para vivir con su abuelo, puesto que sus padres fallecieron a temprana edad. Él la crio con una educación digna de una dama de alta cuna, no le faltó amor y vivió feliz en ese pequeño espacio que ocupaba la isla. Me comentó que por su ayuda en la administración recibía una suma de dinero modesta, pero suficiente para vivir. También confesó, con mucho pesar, que se sentía bastante sola desde que su abuelo murió, porque tenía buena relación con las gentes de la isla, pero con nadie compartía una íntima amistad.
                Cuando el cielo oscureció, me ofrecí a acompañarla a la posada donde vivía. Se lo comenté a mis hombres, los cuales asintieron, refiriendo que estarían esperándome en la taberna del primer día. Sin embargo, cuando me giré, noté que alguien tiraba de mi brazo.
-Capitán perdone mi intromisión, mas no puedo dejar que se vaya sin expresar lo que mi sentir me aconseja-habló mi buen amigo Larson, al cual le tenía un cariño especial.
-Habla sin temor, viejo amigo-apremié, mientras me llevaba a un lugar algo más apartado para departir.
-Es esa mujer, la señorita Blanchard. No me inspira confianza alguna. Tiene algo oculto, os lo digo yo. Os ruego que os andéis con pies de plomo, no me fío. Tanta amabilidad me escama.
-No te preocupes, Larson. Tendré cuidado, de todas maneras, es una mujer excelente. Verás que poco a poco le irás tomando aprecio-le tranquilicé.
-No creo que haya tanto tiempo para eso, recordad que un par de días zarparemos a un nuevo destino.
Su respuesta me sentó como una puñalada.
-Exacto, por eso coincidirás conmigo en que me merezco disfrutar de su compañía estos pocos días que nos quedan-argumenté. Rebusqué  en mi bolsa de tela unas monedas y se las puse en la mano-Aquí tienes, para convides a los demás a unas buenas bebidas.
-Gracias, mi capitán. Recordad, no bajéis la guardia-recomendó, comenzando a andar.
El bueno de Larson, siempre teniéndome en cuenta y preocupándose por mí. Era mi más fiel consejero, estaba seguro de que lo hacía con su mejor intención, pero esta vez se equivocaba con su advertencia.
                Me dirigí hacia Crystal y conversamos durante el camino a la posada. Al llegar a la puerta, nos quedamos unos minutos en silencio.
-Buenas noches, Crystal, espero que tengas dulces sueños-me despedí, tomando su mano.
Ella me miró, de una forma intensa, abrumadora. Sin decir nada, se acercó, me tomó por la nuca y me besó. No lo esperaba, creía que para acercarme tanto pasaría una eternidad, cosa que no me importaba. Sin embargo, allí estaba, saboreando sus labios, tomándola por la cadera para acercarla más a mí. Poco después, se apartó con delicadeza.
-Buenas noches, Adam-se despidió, entrando en la posada.
                Ahora sí, estaba seguro de que aquella mujer me había vuelto loco.
Los dos días siguientes los pasé en su compañía. Alternamos momentos de risas, confidencias y besos. Cada vez me sentía más apegado a ella, no quería marcharme de aquella isla que tanto me había dado en tan poco tiempo. Pero debía hacerlo. Por mis hombres. Por mi naturaleza, sabía que había nacido para ser pirata, no estaba hecho para quedarme en un lugar poco tiempo. Pero, por primera vez, me lo planteaba. Todo por esa mujer, que, con sus ojazos y su arrolladora personalidad, me había hechizado.
                La última noche, acompañé a mi querida Crystal a la puerta de su residencia. Le dije que la echaría de menos, que pensaría en ella y que recordaría todo lo que habíamos vivido. Sí, me había vuelto un blando. Cuando fui a alejarme, pensando en que lo superaría, que podría olvidarla, me tomó de la mano y me acercó hacia ella de nuevo.
- ¿Te apetece subir? -murmuró. -No quiero despedirme. Todavía no.
                Mi respuesta la resumí en un beso salvaje, que fue profundizándose a medida que nos dirigíamos a su habitación. Una vez dentro nos despojamos de nuestras ropas, recorrí con mis manos todo su cuerpo, perdiéndome en sus caricias. En ese momento, supe que me había enamorado locamente, por primera vez en toda mi vida. No podía dejarla escapar.
-Ven conmigo. Viaja junto a mí en mi barco y compartamos los días futuros-le pedí en un susurro.
El tiempo pareció detenerse, aguardando a que se decidiera a responder. Estaba asustado, lo reconozco, no sabía qué haría si me dijera que no.
-Sí-musitó. Luego, dijo más alto-Sí, me voy contigo y que el mar marque nuestro rumbo.
La besé con pasión y nuestros cuerpos se fundieron, volviéndose uno.
                Nunca había estado tan nervioso al partir como aquella vez. Sobre todo, debido a que llevaba cerca de una hora esperando por Crystal, junto a mi tripulación, que ya estaba lista para partir, pero ni rastro de mi bella dama. Las dudas me asaltaron, tal vez había cambiado de opinión y prefería quedarse en la tierra que conocía, sin tener valor para decírmelo y romperme aún más el corazón. Desanimado, indiqué a mis hombres que era hora de partir. Cuando elevamos las anclas, izamos las velas y avanzamos un poco, una especie de chapoteo. Me asomé y, con asombro, vi a Crystal en el agua. ¡Estaba loca! Había llegado nadando desde la orilla, podría haberle pasado algo. Estaba loca, sí, pero mi corazón dio un salto de alegría al verla.
- ¡Rápido! ¡Ayudad a la señorita Blanchard, que está en el agua!- grité a mis hombres.
                De repente, vi una aleta. Me asusté, podía ser una criatura marina peligrosa, que podía dañar a mi amada.
- ¡Crystal, cuidado, hay…! -dejé de emitir sonido, al no poder creer lo que mis ojos me enseñaban.
                La aleta formaba parte de una cola, que se unía al bello cuerpo de Crystal. Ella llevaba el pelo suelto, salvaje, y al fijarme me di cuenta de que sus pechos estaban desnudos. No podía ser. Las sirenas no existían, nadie creía en esas viejas leyendas. Pero tenía delante de mí a una, nada más y nada menos que mi Crystal. Mis hombres se arrimaron al borde del barco, asombrados. Por si fuera poco, comenzaron a salir varias cabezas a la superficie. En total conté doce, doce preciosas sirenas, bellísimas, con mitad de sus cuerpos desnudos y colas de diferentes colores.
-Supongo que estaréis bastante sorprendido, mi capitán -dijo Crystal sonriendo, con un deje de… ¿malicia? En su voz. -Supongo que os preguntaréis qué es todo esto. Bien, me remontaré a mis orígenes, sobre los cuales, por supuesto, os mentí. Yo vivía en el océano colindante con la isla Tortuga, con mis queridas hermanas. ¿Recordáis ese lugar? Vuestra tripulación estuvo ahí. Pues bien, no sé si os acordaréis de que, cuando os marchasteis, os cruzasteis con otro barco pirata y comenzasteis una guerrilla. De lo que no os percatasteis, era de que había otros seres vivos en el mar. Sí, exacto, mis hermanas y yo. Las explosiones y las tablas en llamas mataron a todas mis hermanas, que se encontraban justo en el punto donde sucedió el desastre. A mí me hirieron, pero no de manera mortal. Una pena, porque yo sin ellas, no quería vivir. Por supuesto, vuestra tripulación resultó vencedora, os jactasteis de ello y fue una de las causas que os hizo famoso. La masacre que mató a mi familia fue algo de lo que os sentíais orgulloso.
-Yo no lo sabía-la interrumpí. – No tenía ni idea de que las sirenas existían, lo juro, no os habría hecho ningún daño…
-Por favor, no me hagáis reír. Sois piratas. Hacéis daño y causáis destrozos allá donde vais. Me retiré a vivir a esta hermosa isla, triste y sola, donde encontré mi hogar. Cuando os vi por primera vez, me llené de odio, pero también de miedo, los recuerdos me asaltaron y decidí huir sin mirar atrás hacia otro lugar donde no pudierais encontrarme. Pero luego lo pensé mejor. ¿Por qué no ganarme vuestro afecto para luego cobrarme esa venganza que tanto he ansiado? Así que me quedé, e intimé con vos, sabiendo que deseabais cada parte de mi ser.
- ¿Por qué no matarme directamente? ¿Por qué tomarte la molestia de pasar tiempo conmigo, de entregar tu cuerpo al mío? Mi afecto lo tenías desde aquella noche en la playa -expresé, sin asumir lo que estaba pasando.
-Tenía vuestro afecto, pero no vuestro corazón. Necesitaba que sintierais lo que yo sentí al perder a todas las personas que amaba. Os contaré lo que va a suceder a continuación, querido Adam. Veréis, aquí mis nuevas amigas y yo mataremos a vuestros hombres, uno a uno. Solo quedará un superviviente: Vos. Así sabréis lo que es perder lo que más se quiere.
El pánico se hizo presente en el barco. Mis hombres corrían de un lado a otro, tratando de poner rumbo a la isla, y poniendo a punto los cañones para usarlos cuanto antes. Yo solo podía mirar, horrorizado, todo el alboroto, e intentar suplicar por las vidas de mis amigos.
-Ni os molestéis, capitán. No supliquéis, que sé que es lo que estáis pensando. ¡Cantad, compañeras! -instigó.
                Unas voces maravillosas empezaron a escucharse. Grité a mis hombres que se taparan los oídos, las leyendas contaban que las sirenas, con su canto, hechizaban a los marineros para conseguir tirarlos al mar y ahogarlos. Pero de nada sirvió. El principio en caer fue Jeff, al que siguieron Marlon, Steve, Thomas, Ed, Rick, Joey… El último fue Larson. Mi buen amigo, que me advirtió y yo lo ignoré sin remedio. No pude hacer nada, salvo llorar mientras mis hombres caían al mar.
-La deuda está saldada-sentenció Crystal. -Una cosa más, me molesté en dormir con mi voz a todos los habitantes de la isla. No intentéis pedir ayuda, no os creerán. Contad esto y os tomarán por loco, ya sabéis que se supone que las sirenas no existen. Solo somos testigos de lo ocurrido vos, el mar y yo.
                No sé cuánto tiempo pasó desde que Crystal se marchó. Solo sé que no pude parar de llorar, de sentirme el ser más miserable del planeta, de tener el corazón hecho pedazos. Quería morirme, pero no tuve la suerte de que eso me ocurriera…
                Así, Urri, fue como perdí a la mujer que amaba, a mis amigos y mi oficio. Lo que pasó allí, en aquellas aguas, es el secreto que solo el mar conoce. Esa es la historia de este pobre pirata retirado.

                Me sentí liberado, pero a la vez, triste, nostálgico, con una punzada en el pecho. Como siempre hago cuando eso me ocurre, echo mano de mi botella. Al fin y al cabo, ¿qué mejor amigo existe que el ron?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No seas timid@. ¡Comenta!