Tras dos horas pareciendo un
espectro, deambulando de un lado a otro sin rumbo fijo, decido que ya es hora
de centrarse. No puedo dejar que la pena me consuma. Hoy es uno de esos días
donde la melancolía hace acto de presencia, no dejando olvidar a este perro
viejo esa historia que vivió años atrás. Miro hacia la derecha y mis ojos se
encuentran con los de un loro de plumas rojas. Lo gané en una puesta en la taberna
que se encuentra a dos manzanas de aquí, regentada por Ben, un hombre huraño y
frío, pero tal vez el único amigo que me queda. Si no contamos al ron, claro.
Durante estos cuatro años me he encerrado cada vez más en mí mismo,
impregnándome de la amargura que recorre mis venas desde esa mañana en la que
todo terminó.
- ¡Ay, Urri!-exclamo, llamando la atención
de mi loro.- ¡Si tú supieras lo que este pirata retirado ha tenido que pasar a
lo largo de su vida!
Ya
estoy cansado de vivir en esta agonía, de no superar el pasado, de no poder
mirar atrás sin que un dolor invada mi pecho. Lo sé, suena dramático, ¿verdad?
Sin embargo, ¿se puede esperar otra cosa de un pirata que llegó a lo más alto,
para luego perderlo todo?
Urri
me mira, como si entendiera esa lucha que se desata en mi interior. Entonces se
me ocurre una idea. Tal vez, el secreto para hacer las paces con mis recuerdos
sea contarlos. Dejarlos salir a raudales, compartir ese peso que cargo sobre
mis hombros. El problema es que no tengo a nadie con quien compartirlo. Urri
pía, queriendo que lo tenga en cuenta. Así que eso es justo lo que hago. Le
hago un gesto para que se pose en mi hombro y salgo de mi pequeña casa,
pensando solo en llegar a la playa más cercana. Me siento en la arena y observo
las olas, como rompen, con fiereza y elegancia, una combinación que parece
formar la más hermosa melodía.
-Urri, voy a contarte una historia que marcó
el rumbo de mi vida-digo, mientras acaricio su esponjosa cabecita. Él aguarda a
que continúe. Así, con la música de las olas como banda sonora, comienzo a
contar mis días de dicha, que terminaron en el peor de mis males…
-Capitán Barrow, ¡tierra a la vista! -gritó
Jeff, uno de los grumetes de mi tripulación. Doce hombres en total navegábamos
a bordo de ese barco, La Esperanza, una
belleza de madera enorme, codiciada por muchos piratas, con el que nos habíamos
transportado a varios pueblos que saqueamos con la ilusión de niños. Estaba
siendo un buen año, no habíamos tenido que hacer frente a ninguna tormenta,
teníamos éxito allá donde íbamos y disponíamos de un botín cada vez mayor,
lleno de oro, armas y ron, mucho ron. Vivíamos bien, felices, parecía que la
suerte nos sonreía y las noticias sobre mis victorias volaban como la pólvora. Algo me decía que este destino sería
determinante, que encontraríamos en él aquello que buscábamos, que seríamos los
piratas más reconocidos, buscados y temidos de todo el océano.
-Atendedme todos, callaos muchachos-apremié
alzando la voz. -Un nuevo territorio se presenta ante nuestros ojos.
Dediquémonos hoy a investigar, hurtar alguna que otra bolsa de oro y visitar
las mejores tabernas.
-Si es que hay alguna en esta islucha. No
entiendo qué demonios hacemos aquí-me interrumpió Marlon, el pirata más aguafiestas
con el que me he encontrado en mucho tiempo.
- ¿Decías algo, Marlon? ¿Quieres compartir
con nosotros tus murmullos? ¿O quizás tus quejas se deban a que tienes más
miedo que vergüenza? -le reproché a la vez que lo miraba duramente.
Abrió los ojos, sorprendido. Había
creído que no lo había oído. Pobre iluso.
-Retiro mis palabras, mi capitán, no se repetirá-prometió,
mirando al suelo, avergonzado.
-Más te vale, no vaya a ser que te quedes
por accidente en esta islucha, como la has llamado. Al resto, lo dicho, ¡a
disfrutar!
Bajé
del barco, con la ambición reflejada en mis ojos. Altas palmeras nos rodeaban,
la arena se colaba en nuestras botas y el cielo azul nos recibía, dándonos la
bienvenida. Dimos unos cuantos pasos y divisamos campesinos de tez morena,
miradas que derrochaban desconfianza. Empezábamos bien, debíamos hacernos
respetar. Pasamos delante de una puerta, sobre la colgaba un cartel que rezaba
“La perla”. Todos nos paramos, sintiendo la tentación de entrar. Al momento,
salió una mujer de unos cuarenta años a recibirnos:
- ¡Bienvenidos a la isla Coral! Forasteros,
debéis de haber hecho un largo viaje, ¿no les gustaría calmar la sed con alguna
bebida? - dijo, picándonos el ojo.
En un parpadeo, estábamos todos
dentro, sentados en unos bancos de madera que crujían. Todo eran risas y
fiestas, el ánimo estaba más elevado que nunca y Jeff ya había conseguido algunas
piedras preciosas. ¡A saber a quién se las habría birlado! Di un trago a la
jarra que tenía delante, alcé los ojos y entonces la vi.
Una
mujer, de piel del color de la porcelana, buenas curvas y cabello negro como el
carbón estaba al lado de la puerta. Lo que más me llamó fue su mirada, de un
azul profundo con tintes verdosos. Esa joven tenía en sus ojos el mar mismo.
Nada más verla, supe que tenía que ser mía. En esos años, estaba muy
malacostumbrado, lo reconozco. Todo lo que ansiaba lo obtenía, así que desde
que vi a una mujer tan bella, no pude hacer menos que desearla. Había estado
con varias mujeres, pero ninguna brillaba tanto como esta. Tenía algo especial,
que la hacía diferente. Algo que me hizo levantarme y dirigirme hacia ella.
- ¿Qué hace una moza como vos en una isla
perdida como esta? -pregunté, sin vacilaciones.
-Supongo que lo mismo que un pirata como
vos, ávido de oro, el cual dudo que encuentre en una isla como tal-respondió
con soltura, a la vez que una sonrisa asomaba por sus labios. ¡Y qué sonrisa!
Esa mujer podría volver loco al más cuerdo de los hombres.
-Tal vez no sea oro el tesoro que busco-
sonreí con descaro. Hice una pausa, para luego hacer una reverencia mientras
decía – Capitán Barrow, a su servicio.
Cuando
escuchó mis palabras, mostró sorpresa, expresando verdadero horror. Me
preocupé, posiblemente mi reputación de rufián la había asustado. No podía
permitir que se alejara, necesitaba conocerla. Necesitaba saber su nombre.
-He de irme, tengo labores
esperándome-musitó, poniendo pies en polvorosa.
- ¡Esperad! ¡Antes decidme como os llamáis!
-grité, tratando de alcanzarla.
Salí
a toda prisa por la puerta de la taberna, pero ya se había ido. Además de
bella, estaba en plena forma, sí señor. No obstante, no me rendiría. Decidí que
recorrería toda la isla hasta dar con ella. Podía huir, pero en un terreno tan
pequeño, no podría esconderse eternamente. Volví a entrar en el
establecimiento, esta vez con este nuevo desafío en mente.
Al
día siguiente, exploré la isla, tal y como había planeado. Descubrí una
herrería muy interesante, con espadas de buena calidad, por lo que a mis hombres
y a mí nos emocionó la idea de “visitarla” al anochecer. Al mediodía, ya
habíamos recorrido mitad de Coral, pero ni rastro de la mujer del mar en los
ojos. No dejaría que el desánimo se apoderara de mí, vería a esa mujer como
fuera, no descansaría hasta que así fuera. Comimos un buen pescado, que se
notaba que era la especialidad de aquel lugar, y continuamos. Obviamente, mi
tripulación no tenía ni idea de que lo que buscaba era una mujer, la excusa que
les di era la de hacer una vista general para ver qué podíamos sacar de
provecho de él. Lo cual, no era mentira, al menos no del todo.
Horas
más tarde y con un fuerte dolor de pies, dejé caer los hombros, el intento
había sido fallido. Nada encontré de aquella dama. Quizás se habría largado de aquella
isla tan pequeña, cansada del mismo paisaje que seguro que conocía como la
palma de su mano, o puede que el detonante fuera el conocer mi identidad.
Dándole vueltas a estos pensamientos, llegué a la playa. Giré la cabeza y una
sensación de euforia me envolvió. Allí, sobre una roca, se encontraba ella. Me
acerqué sigilosamente, pues no quería que huyera despavorida de nuevo.
-Capitán Barrow, qué gran honor gozar de
vuestra compañía de nuevo-saludó, mostrando sus blancos dientes.
Vaya, mejor reacción de la que
esperaba. Contemplé detenidamente que paso dar a continuación.
-No esperaba hallarla aquí, señorita…
-Blanchard. Crystal Blanchard-dijo,
mirándome a los ojos.
Por fin me había revelado su
nombre. Por algo se empieza.
-Me atrevo a preguntarle, esperando no
incomodarla, ¿por qué anoche salió con tanta prisa, sin despedirse siquiera?
¿Fue por algún dato de nuestra conversación?
Meditó
unos minutos la respuesta, barajando la posibilidad de mentirme.
-Reconozco que sí. Debe saber ya que sus
hazañas son conocidas en todas las partes del mundo, capitán. Es normal que una
joven como yo se sintiera intimidad al tener a casi una celebridad delante de
mis ojos-dijo, terminando con un tono que no supe descifrar.
-No sabía que mi nombre impusiera tanto. Os
ruego que no me temáis con motivo de las habladurías de la gente. A propósito,
si ya habíais oído hablar de mí, he de preguntaros algo. ¿Me imaginabais tal
como soy? ¿U os habéis llevado una decepción? -pregunté, con tono coqueto.
-Eso son dos preguntas, capitán-volvió a
sonreír, poniéndose de pie lentamente. –Tal vez lo que diga alimente vuestra
vanidad. He de mencionar que sois más apuesto de lo que imaginaba-su voz sonó melódica,
suave, pero llena de emoción.
Me
gustó la respuesta. ¡Cómo no iba a gustarme! Semejante mujer, diciéndole algo
así a un pirata como yo. Admiré su esbelta figura, su vestido azul; sus curvas,
que se apretaban contra el vestido. Qué ganas tenía de saber cómo sería sin
aquellas telas… Pero tenía que ir despacio. Ella no era como las demás. Merecía
más respeto. Merecía… Demonios, ¡merecía viajar a bordo de mi barco! Conocer
nuevas tierras, tenía que llevarla conmigo. Me sentí mal, al percatarme que
solo contaba con unos pocos días para convencerla, ya que casi nunca pasábamos
más de cinco días en el mismo destino, y menos tratándose de una isla como esa.
-Me alagáis, mi señora-miré al cielo, la
luna llena iluminaba la noche, reflejándose en el mar.
Eso me hizo recordar que tenía que ir con
mis hombres a la herrería, lo había prometido, así que no me anduve por las
ramas:
-Señorita Blanchard, he disfrutado de los
pocos minutos que hemos compartido, sin embargo, otros compromisos me
requieren-crucé los dedos, deseando que no me preguntara de qué compromisos se
trataba. -No obstante, ya deseo volver a verla, déjeme proponerle que me
acompañe mañana en mi recorrido por la isla.
-Ahora es usted el que logra ruborizarme,
capitán. Asistiré al encuentro, me haría muy dichosa disfrutar de más momentos
con vos.
No
esperaba que fuera a ser tan franca. Una mujer que no se anda con rodeos, otro
punto positivo que añadir.
-Hasta mañana, pues-dije, ilusionado,
besando su mano.
Cuando
quería era todo un caballero. Corrí como alma que lleva el diablo hasta la
herrería, la cual asalté junto a mis hombres, llevándonos un preciado botín.
Para celebrarlo, brindamos con unas botellas de ron que nos supieron a gloria.
Me acosté, cansado pero feliz, pensando en lo que sucedería al día siguiente.
Supuse
que la señorita Blanchard estaría esperándome en la playa. No me equivoqué,
allí estaba, iluminada por los rayos del sol, con un vestido verde esmeralda
que le quedaba como un guante. No sé qué me ocurría con ella, pero nada más
mirarla, me cortaba el aliento.
-Buenos días, capitán Barrow-saludó,
girándose hacia mí. - ¿No os parece que hace un día espléndido?
-Espléndida estáis vos esta mañana, mi
señora. Ya que pasaremos todo el día juntos, me gustaría que me tutearais, tal
vez al finalizar el día incluso seamos buenos amigos.
-Perfecto, capitán. Ya que os veo, perdón,
te veo con ganas de intimar, sería fantástico que me dierais a conocer vuestro
nombre de pila. ¿O es que os avergonzáis del mismo? -preguntó, con expresión
divertida en el rostro.
-Para nada. Mi nombre me gusta tanto como yo
mismo, que ya es decir. Mi nombre de Adam.
-Adam-dijo lentamente, saboreando cada
letra. Me gustó como sonaba en su boca. -No está mal, esperaba algo… diferente.
-Pues tendrás que conformarte con ese,
preciosa. Si es de tu gusto, podemos emprender ya nuestra marcha- propuse,
ofreciéndole mi brazo para que se enganchara a él.
-Nada me gustaría más-dijo, entrelazando su
brazo con el mío.
No
voy a contar todas las conversaciones que tuvimos durante ese día. Solo os diré
que, al anochecer, la señorita Blanchard, a la que ya llamaba Crystal, me tenía
más fascinado, si cabe. Nos hizo de guía, a mi tripulación y a mí, por lugares
que se nos habían escapado el día anterior. Nos presentó a gente, nos llevó a
comer a un lugar en el que nos atiborramos de buena comida, a buen precio (sí,
pagamos todo, a veces hay que guardar las formas) y cada vez brillaba más
ilusión en su mirada. Me contó que había llegado a la isla muy pequeña, cuando
hubo de tomar un barco para vivir con su abuelo, puesto que sus padres
fallecieron a temprana edad. Él la crio con una educación digna de una dama de
alta cuna, no le faltó amor y vivió feliz en ese pequeño espacio que ocupaba la
isla. Me comentó que por su ayuda en la administración recibía una suma de dinero
modesta, pero suficiente para vivir. También confesó, con mucho pesar, que se
sentía bastante sola desde que su abuelo murió, porque tenía buena relación con
las gentes de la isla, pero con nadie compartía una íntima amistad.
Cuando
el cielo oscureció, me ofrecí a acompañarla a la posada donde vivía. Se lo
comenté a mis hombres, los cuales asintieron, refiriendo que estarían
esperándome en la taberna del primer día. Sin embargo, cuando me giré, noté que
alguien tiraba de mi brazo.
-Capitán perdone mi intromisión, mas no
puedo dejar que se vaya sin expresar lo que mi sentir me aconseja-habló mi buen
amigo Larson, al cual le tenía un cariño especial.
-Habla sin temor, viejo amigo-apremié,
mientras me llevaba a un lugar algo más apartado para departir.
-Es esa mujer, la señorita Blanchard. No me
inspira confianza alguna. Tiene algo oculto, os lo digo yo. Os ruego que os
andéis con pies de plomo, no me fío. Tanta amabilidad me escama.
-No te preocupes, Larson. Tendré cuidado, de
todas maneras, es una mujer excelente. Verás que poco a poco le irás tomando
aprecio-le tranquilicé.
-No creo que haya tanto tiempo para eso,
recordad que un par de días zarparemos a un nuevo destino.
Su respuesta me sentó como una puñalada.
-Exacto, por eso coincidirás conmigo en que me
merezco disfrutar de su compañía estos pocos días que nos quedan-argumenté.
Rebusqué en mi bolsa de tela unas
monedas y se las puse en la mano-Aquí tienes, para convides a los demás a unas
buenas bebidas.
-Gracias, mi capitán. Recordad, no bajéis la
guardia-recomendó, comenzando a andar.
El bueno de Larson, siempre teniéndome en
cuenta y preocupándose por mí. Era mi más fiel consejero, estaba seguro de que
lo hacía con su mejor intención, pero esta vez se equivocaba con su
advertencia.
Me
dirigí hacia Crystal y conversamos durante el camino a la posada. Al llegar a
la puerta, nos quedamos unos minutos en silencio.
-Buenas noches, Crystal, espero que tengas
dulces sueños-me despedí, tomando su mano.
Ella me miró, de una forma
intensa, abrumadora. Sin decir nada, se acercó, me tomó por la nuca y me besó.
No lo esperaba, creía que para acercarme tanto pasaría una eternidad, cosa que
no me importaba. Sin embargo, allí estaba, saboreando sus labios, tomándola por
la cadera para acercarla más a mí. Poco después, se apartó con delicadeza.
-Buenas noches, Adam-se despidió, entrando
en la posada.
Ahora
sí, estaba seguro de que aquella mujer me había vuelto loco.
Los dos días siguientes los pasé en su
compañía. Alternamos momentos de risas, confidencias y besos. Cada vez me
sentía más apegado a ella, no quería marcharme de aquella isla que tanto me
había dado en tan poco tiempo. Pero debía hacerlo. Por mis hombres. Por mi
naturaleza, sabía que había nacido para ser pirata, no estaba hecho para
quedarme en un lugar poco tiempo. Pero, por primera vez, me lo planteaba. Todo
por esa mujer, que, con sus ojazos y su arrolladora personalidad, me había
hechizado.
La
última noche, acompañé a mi querida Crystal a la puerta de su residencia. Le
dije que la echaría de menos, que pensaría en ella y que recordaría todo lo que
habíamos vivido. Sí, me había vuelto un blando. Cuando fui a alejarme, pensando
en que lo superaría, que podría olvidarla, me tomó de la mano y me acercó hacia
ella de nuevo.
- ¿Te apetece subir? -murmuró. -No quiero
despedirme. Todavía no.
Mi
respuesta la resumí en un beso salvaje, que fue profundizándose a medida que
nos dirigíamos a su habitación. Una vez dentro nos despojamos de nuestras
ropas, recorrí con mis manos todo su cuerpo, perdiéndome en sus caricias. En
ese momento, supe que me había enamorado locamente, por primera vez en toda mi
vida. No podía dejarla escapar.
-Ven conmigo. Viaja junto a mí en mi barco y
compartamos los días futuros-le pedí en un susurro.
El tiempo pareció detenerse,
aguardando a que se decidiera a responder. Estaba asustado, lo reconozco, no sabía
qué haría si me dijera que no.
-Sí-musitó. Luego, dijo más alto-Sí, me voy
contigo y que el mar marque nuestro rumbo.
La besé con pasión y nuestros cuerpos se fundieron,
volviéndose uno.
Nunca
había estado tan nervioso al partir como aquella vez. Sobre todo, debido a que
llevaba cerca de una hora esperando por Crystal, junto a mi tripulación, que ya
estaba lista para partir, pero ni rastro de mi bella dama. Las dudas me
asaltaron, tal vez había cambiado de opinión y prefería quedarse en la tierra
que conocía, sin tener valor para decírmelo y romperme aún más el corazón.
Desanimado, indiqué a mis hombres que era hora de partir. Cuando elevamos las
anclas, izamos las velas y avanzamos un poco, una especie de chapoteo. Me asomé
y, con asombro, vi a Crystal en el agua. ¡Estaba loca! Había llegado nadando
desde la orilla, podría haberle pasado algo. Estaba loca, sí, pero mi corazón
dio un salto de alegría al verla.
- ¡Rápido! ¡Ayudad a la señorita Blanchard,
que está en el agua!- grité a mis hombres.
De
repente, vi una aleta. Me asusté, podía ser una criatura marina peligrosa, que
podía dañar a mi amada.
- ¡Crystal, cuidado, hay…! -dejé de emitir
sonido, al no poder creer lo que mis ojos me enseñaban.
La
aleta formaba parte de una cola, que se unía al bello cuerpo de Crystal. Ella
llevaba el pelo suelto, salvaje, y al fijarme me di cuenta de que sus pechos
estaban desnudos. No podía ser. Las sirenas no existían, nadie creía en esas viejas
leyendas. Pero tenía delante de mí a una, nada más y nada menos que mi Crystal.
Mis hombres se arrimaron al borde del barco, asombrados. Por si fuera poco,
comenzaron a salir varias cabezas a la superficie. En total conté doce, doce
preciosas sirenas, bellísimas, con mitad de sus cuerpos desnudos y colas de
diferentes colores.
-Supongo que estaréis bastante sorprendido,
mi capitán -dijo Crystal sonriendo, con un deje de… ¿malicia? En su voz. -Supongo
que os preguntaréis qué es todo esto. Bien, me remontaré a mis orígenes, sobre
los cuales, por supuesto, os mentí. Yo vivía en el océano colindante con la
isla Tortuga, con mis queridas hermanas. ¿Recordáis ese lugar? Vuestra
tripulación estuvo ahí. Pues bien, no sé si os acordaréis de que, cuando os
marchasteis, os cruzasteis con otro barco pirata y comenzasteis una guerrilla.
De lo que no os percatasteis, era de que había otros seres vivos en el mar. Sí,
exacto, mis hermanas y yo. Las explosiones y las tablas en llamas mataron a
todas mis hermanas, que se encontraban justo en el punto donde sucedió el
desastre. A mí me hirieron, pero no de manera mortal. Una pena, porque yo sin
ellas, no quería vivir. Por supuesto, vuestra tripulación resultó vencedora, os
jactasteis de ello y fue una de las causas que os hizo famoso. La masacre que
mató a mi familia fue algo de lo que os sentíais orgulloso.
-Yo no lo sabía-la interrumpí. – No tenía ni
idea de que las sirenas existían, lo juro, no os habría hecho ningún daño…
-Por favor, no me hagáis reír. Sois piratas.
Hacéis daño y causáis destrozos allá donde vais. Me retiré a vivir a esta
hermosa isla, triste y sola, donde encontré mi hogar. Cuando os vi por primera
vez, me llené de odio, pero también de miedo, los recuerdos me asaltaron y decidí
huir sin mirar atrás hacia otro lugar donde no pudierais encontrarme. Pero
luego lo pensé mejor. ¿Por qué no ganarme vuestro afecto para luego cobrarme
esa venganza que tanto he ansiado? Así que me quedé, e intimé con vos, sabiendo
que deseabais cada parte de mi ser.
- ¿Por qué no matarme directamente? ¿Por qué
tomarte la molestia de pasar tiempo conmigo, de entregar tu cuerpo al mío? Mi
afecto lo tenías desde aquella noche en la playa -expresé, sin asumir lo que
estaba pasando.
-Tenía vuestro afecto, pero no vuestro
corazón. Necesitaba que sintierais lo que yo sentí al perder a todas las
personas que amaba. Os contaré lo que va a suceder a continuación, querido
Adam. Veréis, aquí mis nuevas amigas y yo mataremos a vuestros hombres, uno a
uno. Solo quedará un superviviente: Vos. Así sabréis lo que es perder lo que
más se quiere.
El pánico se hizo presente en el barco. Mis
hombres corrían de un lado a otro, tratando de poner rumbo a la isla, y
poniendo a punto los cañones para usarlos cuanto antes. Yo solo podía mirar,
horrorizado, todo el alboroto, e intentar suplicar por las vidas de mis amigos.
-Ni os molestéis, capitán. No supliquéis,
que sé que es lo que estáis pensando. ¡Cantad, compañeras! -instigó.
Unas
voces maravillosas empezaron a escucharse. Grité a mis hombres que se taparan
los oídos, las leyendas contaban que las sirenas, con su canto, hechizaban a
los marineros para conseguir tirarlos al mar y ahogarlos. Pero de nada sirvió.
El principio en caer fue Jeff, al que siguieron Marlon, Steve, Thomas, Ed,
Rick, Joey… El último fue Larson. Mi buen amigo, que me advirtió y yo lo ignoré
sin remedio. No pude hacer nada, salvo llorar mientras mis hombres caían al
mar.
-La deuda está saldada-sentenció Crystal.
-Una cosa más, me molesté en dormir con mi voz a todos los habitantes de la
isla. No intentéis pedir ayuda, no os creerán. Contad esto y os tomarán por
loco, ya sabéis que se supone que las sirenas no existen. Solo somos testigos
de lo ocurrido vos, el mar y yo.
No
sé cuánto tiempo pasó desde que Crystal se marchó. Solo sé que no pude parar de
llorar, de sentirme el ser más miserable del planeta, de tener el corazón hecho
pedazos. Quería morirme, pero no tuve la suerte de que eso me ocurriera…
Así,
Urri, fue como perdí a la mujer que amaba, a mis amigos y mi oficio. Lo que
pasó allí, en aquellas aguas, es el secreto que solo el mar conoce. Esa es la
historia de este pobre pirata retirado.
Me
sentí liberado, pero a la vez, triste, nostálgico, con una punzada en el pecho.
Como siempre hago cuando eso me ocurre, echo mano de mi botella. Al fin y al
cabo, ¿qué mejor amigo existe que el ron?
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